[Editorial]
Indicios, criminalística y método científico
Hugo R. Mancuso

Acta Psiquiátr Psicol Am Lat. 2011, 57(4):265-266




«(…) la hipótesis de la variesencia es, señaladamente, la única
que indica una lógica valedera»
Charles S. Peirce
Cartas a Victoria Lady Welby - (Mayo 20, 1911)

Entre las contribuciones del siglo XIX (es decir del cientificismo positivista) se destaca el desarrollo de la criminalística, sino como ciencia sí por lo menos como disciplina metodológicamente definida. Su método supone el paradigma experimental galileano del «ensayo y el error» de la ciencias naturales (y naturalizadas) y contribuye a conformar el que será posteriormente bautizado como paradigma indicial. Actualmente se reputa como padres fundadores de la criminalística a Cesare Lombroso [1835-1909], médico y antropólogo y a Hans Gustav Gross [1847-1915], jurista.

Lombroso desarrolla una extensa y compleja teoría (que supera en mucho la visión reductiva y empobrecedora de los «tipos criminales» por la cual se lo recuerda actualmente) en la que vincula las supuestas bases biológicas del tipo criminal, apelando a un paradigma neurobiológico (la relación entre los «mattoidi»[1] y los «impulsos epilépticos») y su relación con la concepción del crimen como un fenómeno socio cultural de raíz atávica, punto de partida para un complejo debate científico y filosófico, todavía por desarrollar seriamente.[2] Gross, en cambio, tiene una visión mucho más modesta, no pretende explicar el origen del acto criminal sino fijar un protocolo de investigación de un hecho delictivo particular, fundando las bases del actual método forense con la publicación, en 1893, de su famoso manual Handbuch fur Untersuchungsrichter, Polizeibeamte, Gendarmen, u.s.w.[3] en el que define el concepto de «escena del crimen» como punto de partida de la investigación forense y policial y de la instrucción del eventual proceso penal. 

Más allá de cualquier otra consideración, el acierto metodológico de ambos, fue el intento de integración de técnicas, teorías y procedimientos provenientes de distintos campos y saberes con el objetivo de la resolución de un problema práctico pero también teórico. En sus obras subyace un presupuesto, casi de sentido común, pero que define el campo de investigación de ambos, a saber: a) que todos los hechos humanos ocurren por una causa, por absurda, banal o aberrante que fuese: no existiría el crimen inmotivado; y, en consecuencia, b) todos los hechos humanos están siempre conectados.

Esta conexión (causal e intercomunicativa) es el objeto de estudio de la investigación criminalística, entendida implícitamente, como una semiótica indicial del comportamiento humano[4]. Ahora bien esta vinculación entre metodología, semiótica, criminalística y ciencias médicas o de la «salud» (especialmente psiquiatría y psicología) no deja de ser legítima y significativa pero también inquietante, sea en contexto positivista como post positivista,[5] pues vinculó, de modo natural e indisoluble, conceptos tales como salud (personal y pública), normalidad/enfermedad (mental), naturaleza y su consecuente intervención profesional, control social y «cura», condicionando, según los casos, su aceptación o su rechazo.[6]

Esta concepción, si bien resultaba aceptable en contexto positivista del siglo XIX y mitad del siglo XX, ya no lo es en el contexto post positivista actual. El grave problema, teórico y práctico, sin embargo, radica en que no se formuló aún un paradigma teórico alternativo y pragmáticamente efectivo, que reemplace al anterior y que resulte aceptable a la subjetividad fracturada contemporánea. Así, cabria preguntarse si no sería más adecuada la proposición de un modelo epistemológico pluritópico para abordar más satisfactoriamente un objeto altamente complejo como el comportamiento humano en sus múltiples facetas. Desde este punto de vista tanto el conocimiento humano en general como una teoría científica en particular, son modelos. No son imágenes definitivas, únicas, exclusivas o excluyentes de la realidad sino esquemas entendidos como bosquejos operativos, que puede ser alternativos y complementarios con otros que se plantean aproximadamente el mismo objeto de estudio. Esta es una concepción que supone una teoría del conocimiento pluritópica. La veracidad de una teoría no se basa tanto en un criterio de verdad por correspondencia, sino por adecuación (de la teoría) a dos aspectos: los intereses prácticos en una investigación y su pertinencia, es decir, la perspectiva de interés de la práctica consecuente y requerida según ese contexto.

Estos planteos nos permiten desacralizar la idea de que las ciencias naturales son exactas; lo son en función de un concepto de exactitud prefijado y, de alguna forma, convencional. Muchas de estas ideas también habían sido anticipadas en la crítica de Peirce[7] al positivismo, sobre todo la del observador privilegiado: el dueño del significado último y definitivo de un signo es una cuestión convencional, arbitraria y –en el mejor de los casos– consensuada pues no existe el observador privilegiado (el significado definitivo) so pena de caer en un rudimentario realismo ingenuo.

La crítica peirceana anticipa, justamente, las epistemologías contemporáneas de las pluralidades tópicas, es decir aquella por la que aceptamos (debemos aceptar tal vez necesariamente), la concepción de que los modelos que describen un determinado fenómeno pueden ser complementarios y no excluyentes. Y sobre todo, que la elección de qué modelo se considera más pertinente depende de circunstancias muy complejas y no fácilmente identificables. No todos los modelos están en igualdad de condiciones, lo que no obsta para que se proponga pluralidad de descripciones modélicas que se contrastarán con las respectivas prácticas empíricas y según los usos requeridos.

Creemos que una apertura a modelos interdisciplinarios y no dogmáticos ni dogmatizados ni tampoco determinados por intereses basados en la exclusiva lógica del lucro, sería un aporte determinante para una optimización de las «ciencias de la salud» desde la perspectiva (humana) del paciente; y que por otra parte permita la superación de una cierta parálisis de algunas disciplinas relacionadas con lo «mental» debido a esa inquietante incertidumbre provocada, como fue explicado antes, por el grave riesgo –reiterado en diversas oportunidades en la historia de la cultura humana– de navegar a dos aguas, cuando todavía no surgió lo nuevo ni terminó de morir lo viejo.

Pues como ya lo había expresado dramáticamente descartes, cuando su duda radical y sistemática había corroído los fundamentos de la escolástica sin haber parido aún las «certezas» modernas, es «(….) comme si tout à coup j’étais tombée dans une eau très profonde, Je suis tellement surpris, que Je ne puis ni assurer mes pieds dans le fond, ni nager pour me soutenir au-dessus».[8]



[1] Literalmente «locoides»

[2] Entre sus obras se destacan L'uomo delinquente (Milano: Hoepli, 1876); Genio e follia (Milano: Chiusi, 1864); Gli

Anarchici (Milano: La vita felice, 1894); Le più recenti scoperte ed applicazioni della psichiatria ed antropologia criminale

(Torino: Fratelli Bocca, 1893); Grafologia (Milano: Hoepli, 1895); La donna criminale, 1895.

[3] Es decir: Manual para magistrados instructores, oficiales de policía, gendarmes, etc. [SIC].

[4] No deja de ser interesante el hecho que ambos parten de observaciones tomadas de La scienza nuova de Giambattista Vico (1725).

[5] Vide., v.gr. Sebeok TA. & Umiker-Sebeok J., You Know My Method. Indiana: Gaslight Publ.; 1979 y Mancuso HR.

De lo decible. Entre semiótica y filosofía: Peirce, Gramsci, Wittgesntein. Buenos Aires: SB; 2010.

[6] El mismo método freudiano debe mucho a este paradigma y comparte en gran medida sus supuestos, tanto como los supuestos de la historia del arte; cfr. Ginzburg C. Miti emblemi spie (Turín, Einaudi;1986).

[7] Cfr. Peirce Ch-S. Questions Concerning Certain Faculties Claimed for Man and Some Consequences of Four

Incapacities. In: Journal of Speculative Philosophy. 1968; 2:103-14 and 140-57 [in: Collected Papers. Hartshorne C,

Weiss P & Burks AW. (Eds.), Cambridge, MA: Harvard University Press; 1931-1958, vol.5:§213-317, n. In Obra lógico-

semiótica. Sercovich A. (ed.) Madrid: Taurus. 1987; pp. 39-57 y 58-87].

[8] Méditations. Métaphysiques. II: § 1. «(…) como si de pronto hubiese caído en aguas muy profundas, hasta el puntode quedar totalmente sorprendido, no pudiendo tocar con mis pies el fondo ni nadar para volver salir a la superficie»[trad. propia].



Buenos Aires – Diciembre 2011
ISSN 0001 – 6896