[Editorial]
Nueva Disputatio
en torno al realismo (texto completo)
Hugo
R. Mancuso
Acta
Psiquiátr Psicol Am Lat 2015, 61(2):89-90
Podríamos
aseverar, apelando a un aceptable principio de «verdad narrativa» y
conscientes del reduccionismo implicado, que durante las últimas
décadas el contexto filosófico y en particular epistemológico
vivió un periodo de innegable pax armata: si bien todavía no se terminó de asimilar la indigestión
postmoderna –y tal vez a causa de esta precisamente– no se
podrían enunciar fácilmente disputas relevantes en sede
epistemológica, metodológica o semiológica durante las últimas
décadas. Esta aparente tranquilidad se debió más al tedio y a la
falta de interés dialógico en la polémica intelectual antes que a
alguna otra motivación relevante. Puede interpretarse inclusive,
como indiferencia de alguna tendencia hegemónica (aunque más no sea
la del pensamiento débil) que a la existencia de un consenso entre
escuelas o grupos. Indiferencia, licuefacción de la crítica y
desmotivación profunda son los rasgos dominantes de la cultura
globalizada y políticamente correcta de las últimas décadas,
dominadas por el confort y la tecnología en todas las áreas de
nuestra vida. Un nuevo progresismo, utilitarista más que
pragmatista; fantasioso más que optimista, ya no iluminado ni
positivo –como el clásico– sino, simplemente, masivo y
numéricamente extendido que recuerda el estado de cosas ya descripto
por Ortega y Gasset cuando se refería a las cualidades del «señorito
satisfecho».1
Vivimos a diario consumiendo adictivamente una tecnología extendida en todas las áreas de la cultura, en expansión geométrica, sin preguntarnos ya no por el Ser (el Esse o el Sein) sino simplemente por las condiciones mínimas de posibilidad de esa tecnología fácil, accesible y (aparentemente) económica sin pensar tampoco en las consecuencias de tal apropiación y dependencia ni de sus costos éticos y obviamente ecológicos, comenzando por la inmensa inmoralidad de la obsolescencia programada. Es por todo ello que, con cierta sorpresa (¿desconfianza?) asistimos a un conato (¿simulacro?) de disputa, recientísima y curiosamente en sede filosófica en torno a la «nueva» filosofía «realista», particularmente alemana.
Veamos pues el caso. Autores como Markus Gabriel,2 plantean esta polémica, en la que denostan a quienes aún sostienen la existencia de filosofías nacionales cuando, sería evidente que la única filosofía posible y realmente existente en la actualidad es una filosofía global e internacional que, entre otros elementos fundantes se caracteriza por: a) no estar limitada por ninguna tradición cultural o lingüística ni nacional ni regional; b) no preocuparse mínimamente por las humanidades y sin necesidad de justificación alguna; c) no hacerse cargo de las denuncias heideggerianas en contra de la técnica, las cuales son simplemente «nostálgicas» de un orden pre-moderno; d) asimilar, sin crítica ni alguna justificación ni vergüenza, los logros del pensamiento único como logros superiores de la tecnología, es decir el pensamiento único internacionalizado.
Oponerse a este razonamiento, en nombre de Heidegger o de cualquier otro pensador de inicios del siglo XX, sería un ejercicio inútil, nostálgico, superado, a causa de la sobrevaloración de estos filósofos que eran simples humanistas: así como las categorías de la disputa del primer Novecientos. «La filosofía global está más allá de las antiguas distinciones entre pensamiento analítico y fenomenológico-hermenéutico. Esta es una ideología [SIC] de antes-de-ayer [SIC]» como lo es el nacionalismo. Autores como el citado M. Heidegger u otros tales como B. Croce, G. Gentile, J. Ortega y Gasset, A. Gramsci, L. Wittgenstein, H. G. Gadamer, J-P. Sartre y un largo y heterogéneo etcétera serían resabios de un humanismo tardío y estéril que se limita a sostener que existe un «mundo» (Welt) y una mente (particular, colectiva, histórica, transhistórica, etc.), es decir un ser-ahí (Dasein) objeto de estudio de una determinada filosofía nacional:
[Mi posición] gira en torno a la tesis de que el mundo, entendido como un complejo de objetos, no existe. (…). Afirmo, por el contrario que el mundo no existe ni siquiera en el sentido existencial de Heidegger o de sus secuaces, como «ámbito de ámbitos» o «ente en su complejidad».3
¿Qué es el mundo entonces para esta «nueva» filosofía alemana? –que no es alemana sino escrita en lengua alemana, según nos aclara insistentemente su autor–. Ni más ni menos que la «realidad» que «no es como se querría que fuese desde la filosofía del siglo XX» sino algo muy distinto a saber: «aquello que el realismo dice que es y con esto, dice la verdad», pues, «la realidad ha retornado» merced a este nuevo «giro realista» de la «filosofía global». No hay más. Es una diatriba en la cual la «filosofía» refleja o muestra la «realidad» desde su ecuación esencial: una realidad pre-humana (de ahí que no sea mundo) o ajena a un hombre sin herencia (no es ni pasado, ni cultura, ni nación) es la constatación (satisfecha) de todo lo que hay, sin necesidad de apelar a la crítica ni a ilusiones aditivas que devienen adictivas. O sea, la «realidad» es esto y es suficiente, puesto que es «real».
Superado el estupor, este nuevo realismo global del siglo XXI (resabio liquido de la incorrecta voluntad de poderío) nos permite formular algunos comentarios críticos o por lo menos reflexivos en torno a dos de sus términos claves que, paradójicamente, no deconstruye por autoevidente: i.e. «realidad» y «verdad».
Este (hiper) realismo ya no se presenta ni siquiera como un dogmatismo metodológico con ansias de convertir a las ciencias humanas en ciencias positivas ni tampoco se propone como un empirocriticismo kantiano que aspirase dar a la filosofía del conocimiento la precisión y solidez de la física concibiendo la ética como un principismo formal y universalista cierto y aplicable en cada situación y en cualquier contexto, pasado, presente o futuro. En el siglo XXI el realismo se presenta simplemente como una «liberación» de la crítica al considerar inútiles a las agobiantes humanidades que cargan nuestras espaldas con el pesado fardo de una tradición, máxime si ya contamos con una tecnología mistificada que nos permite una omnímoda y confortable existencia, ajena e ignorante –cómplice en definitiva– del coste pagado por la humanidad en términos de libertad y de derroche de recursos invertidos en el mantenimiento de esa realidad-real que no es mundo y que es obviamente verdadera.
¿En este proyecto modélico del nuevo realismo del tercer milenio, ergo, cuál sería el rol y/o como se verían afectadas las ciencias de la mente y en particular las artes de la cura? La respuesta es tácita pero no por ello menos clara y distinta. Prima facie, dichas disciplinas se deberán reducir metodológica e ideológicamente al canon de las ciencias naturales –nada nuevo desde el positivismo del siglo XIX–. Secunda facie, el reduccionismo metodológico no basta; se deben simplemente reducir las ciencias naturales, también tópicamente, sin dejar rastros. Los únicos objetos posibles de conocimiento son los empíricamente inmediatos, los inmediatamente materiales y naturales. Ergo, no sólo las ciencias humanas sino también la rebelde filosofía deberán disolverse, en un proceso de auto modelización único, en esta gnoseología y metodología naturalis en la cual las ciencias fácticas se ratifican, redundantemente, sub specie naturae es decir se re-naturalizan y mistifican al tecnologizarse total y absolutamente.
En efecto la tecnología es actualmente invisible. Se acepta su estar-ahí, su irrefrenable obsolescencia y su consumo adictivo. Esta reacción realista, en una época histórica hiper-realista, no deja de ser paradojalmente sintomática, pues esta redundancia en el naturalismo cientificista, en un empirio-naturalismo ingenuo e intolerante conduce al desarrollo de una ideología científica hegemónica y trasversal (tanto sintagmática como paradigmáticamente) sin margen alguno para la más mínima disidencia agobiando a nuestra humanidad que persiste en perdurar. Máxime en el ámbito de las «ciencias de la cura» en una época en la que los médicos ya no tocan a sus pacientes, ni los observan ni escuchan suficientemente,4 reduciéndose la semiológica a la sola auscultación tecnológica. Este estado de cosas es la emergente de una epistemología totalitaria y mercantilista, que incluso perturba la observación empírica desestimulando la formulación de nuevas hipótesis y eventuales refutaciones.
Mal que les pese a los novísimos neo-realistas que liquidan la vieja filosofía, «el preguntar sigue siendo la devoción del pensar»,5 aun cuando dicha afirmación haya sido formulada a principios del Novecientos. Por tanto, no es necesario recurrir a argumentos del viejo humanismo renacentista para responder a los desvaríos de la obviedad.
[1] «Si atendiendo a los efectos de vida pública se estudia la estructura psicológica de este nuevo tipo de hombre-masa, se encuentra lo siguiente: 1º, una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas; por lo tanto, cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que, 2º, le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, dar por bueno y completo su haber moral e intelectual. Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda instancia exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no contar con los demás. Su sensación íntima de dominio le incita constantemente a ejercer predominio. Actuará pues, como si sólo él y sus congéneres existieran en el mundo, por lo tanto, 3º, intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin miramientos, contemplaciones, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de “acción directa” » (Ortega y Gasset J. La rebelión de las masas. Madrid: Revista de Occidente; 1929 [1995], p.201).
[2] Gabriel M. Warum es die Welt nicht gibt. Berlin: Ullstein; 2013.
[3] Gabriel M. Op.cit. p.61.
[4] Olvidándose que éstos ante todo son seres humanos, textos narradores y no solo objetos biológicos.
[5] Vide Heidegger M. La pregunta por la técnica. En Ciencia y técnica. Santiago: Editorial Universitaria; 1953 [1997], p. 148.
Buenos
Aires – junio 2015
ISSN 0001 – 6896