[Editorial]

 

El paciente como un narrador (texto completo)

 

Hugo R. Mancuso

 

Acta Psiquiátr Psicol Am Lat. 2015, 61(1):1-3



«Cuantos se han puesto a la tarea de hablar o escribir

acerca de la medicina tomando como base de su teoría un supuesto,

lo caliente o lo frío o lo húmedo o lo seco o cualquier otra cosa

que les plazca, reducen el principio a la causa de las enfermedades y

de la muerte de los hombres a una o dos cosas

que han dado por supuestas, y asignan la misma causa

en todos los casos. así, por un lado, es evidente

que están equivocados en muchas cosas,

inclusive en las que afirman»

 

Hipócrates.

De la medicina antigua, siglo V a. C.



La Carta de la profesionalidad médica declara que «[En la actualidad] la práctica médica se encuentra ante desafíos sin precedentes (…) [a causa de] la creciente desigualdad entre las legítimas necesidades de los pacientes y los recursos disponibles y, a la par, se verifica una mayor dependencia de los sistemas sanitarios de las fuerzas del mercado». Se impone, por lo tanto un nuevo «contrato social (…) para la medicina que redescubra en estos tiempos turbulentos el valor de la profesionalidad del personal sanitario y que garantice el buen funcionamiento de las instituciones».[1] 

 

El espíritu de este documento indicaba que se debe ocupar del paciente, en lo humano y clínico, y simultáneamente proyectar una renovación de los sistemas sanitarios atendiendo a las limitaciones reales que siempre existirán, máxime en un contexto de constante sofisticación creciente de los instrumentos de diagnósticos y curativos. Es decir, la universalización de la medicina tendrá siempre una limitación objetiva que implicará un confín para su universalización aún cuando se dispusiese de fondos ingentes.

 

Por ello, siempre se deberá conjugar, sin sustitución posible, la investigación de vanguardia, la semiología clínica y la filosofía. Es decir una práctica que proyecte una medicina abierta para una sociedad abierta pero siempre realista en relación a las constantes limitaciones objetivas.

 

Para el arte de curar, el objetivo primario e inmemorial, siempre fue la lucha contra el sufrimiento y el dolor. Por ese motivo, el enfermo debería contar más que la «enfermedad» con la cual normalmente es etiquetado. Como había ya enseñado Hipócrates, acerca de la epilepsia, no era ninguna enfermedad sagrada sino una causa de dolor para el paciente. Lo mismo ocurre actualmente, cuando un profesional de la salud se enfrenta ante un mal considerado «incurable» se debe llegar al justo medio entre la curiosidad científica y la investigación subsecuente sin olvidar al ser humano que lo padece. El dolor, contrariamente a lo que se afirmó aún en contexto científico, no es necesario para llegar a la posible curación pero sí funciona como un poderoso indicio epistemológico y semiológico que será crítico y fundamental en la búsqueda de la cura o en los cuidados paliativos de cualquier morbo.

 

Es en este punto que se descubre una cuestión fundamental: el paciente es un narrador y los médicos y terapeutas que lo asisten forman el primer público de este singular relato que debe ser escuchado una y cuantas veces sea necesario para entender el sentido de lo narrado a partir de los síntomas corporales o de lo dicho.

 

Es aquí donde la labor de médico y del terapeuta excede la epistemología de las ciencias biológicas y necesariamente debe enfrentarse a la dimensión filosófica de la disciplina. toda rama del conocimiento posee, además de su propia especificidad, una dimensión ética y filosófica que se puede ignorar pero no por ello obviar.

 

Además se puede señalar también una dimensión política, que podrá responder a los recortes y limitaciones presupuestarias existentes o posibles. no obstante, aún en un contexto ideal de inimaginables recursos ilimitados, las máquinas nunca podrán sustituir la complejidad de un diagnóstico humano, a partir del relato de un paciente narrador que es único e irrepetible.

 

Entiéndase bien, no se propone una disminución de la importancia de la biología o la tecnología médica, tan sólo se insiste en que no serían suficientes para un diagnóstico completo y humano de un paciente, precisamente, humano. Sólo a partir de este giro epistemológico se podrá entender que la categoría de los «padecientes» excede la de los pacientes médicos pero sin olvidar que estos también lo son y que, normalmente, son un producto de ese sufrimiento y de esos dolores generados en una cultura y en su cotidianeidad.

 

La respuesta a ello también debe dar cuenta por ende, de este grado de sistematicidad y de la complejidad de toda narración humana, irrepetible e intransferible.




[1] La autoria de la Carta corresponde a la European Federation of Internal Medice, al American College of Physicians y al American Board of Internal Medicine. Fue publicada simultáneamente en Lancet (2000; 359:520-2) y en los Annals of Internal Medicine (2002; 136:243-6) y adoptada como propia por el Consejo de Europa como Carta europea de la profesionalidad médica y los derechos de los pacientes (Estrasburgo, 2002).

 


Buenos Aires – marzo 2015
ISSN 0001 – 6896